El trayecto a Coín, en su tramo de la sierra,
trasmitía al espíritu un encanto poético.
En el crepúsculo las sombras
salpicaban con gamas de obscuridad el verdor de las paredes montañosas,
al tiempo, en el horizonte las postreras
luces del día pintaban el cielo con suaves
trazos de color, dando paso
a la noche.
El paisaje
había dejado atrás la normal
dispersión de la jornada y, como en un
barrido de ruidos sedimentados, mi percepción se preparaba para apreciar la
cálida acogida, buen hacer y arte que se dispensa en la peña flamenca Pepe de
la Isla.
La sala estaba a rebosar, se palpaba un agradable
ambiente de convivencia. Era el preámbulo,
el momento de compartir, de encuentros de socios y presentaciones de
amigos llegados de fuera; pescaito, tapas y bebidas acompañaban las
conversaciones.
El tablao
bajito con decoración y pinturas flamencas, presumía favorecer la cercanía
entre cantaores y aficionaos, la entrega natural y el florecido acompañamiento con ¡oles!
piropos y palmas, cuando cantes o
falsetas abren la puerta grande al duende.
Eso fue precisamente lo que se vivió, con intensidad,
en la velada flamenca de Coín, víspera del aniversario de su fundador.
Cuando llegó el momento, colmando cualquier expectativa natural del
anuncio en cartel, que rezaba la presentación estelar de la cantaora Beatriz
Romero acompañada por la guitarra de Antonio Carrión, el arte se derrochaba en
la voz privilegiada de una joven de dieciocho años, que deleitó con natural
dominio en la interpretación de los diferentes palos que desgranaba, con señorío de expresión en la templanza de la
voz, de los gestos, en la elegancia del vestido, en su
saber estar al punto de arrancar lágrimas de emoción. Y qué decir del magistral acompañamiento de Carrión y sus
oportunas falsetas, que arrancan con sentida sabiduría de interpretación y del
momento e inundan el recinto del sonido
más flamenco que se pueda desear.
Y se fueron sucediendo letras por granaína, caracoles, soleá, seguiriya,
bulería, fandango… cada cante por igual embargaba los ánimos. Como es sabido,
algunos cantaores, como en este caso, por homenaje a los flamencos del lugar que visitan, no
suelen interpretar en esas peñas los palos propios de la tierra.
Sólo cabe
añadir que la guinda a tan singular noche flamenca, fue el mecenazgo de los
socios Sres Guy et Odile Bretéché que posibilitó la misma, para compartir con
la Peña su personal admiración y disfrute de la cantaora y del guitarrista.
Se adivina que esas cosas son posibles cuando el
trabajo de un presidente, caracterizado
por sabiduría, ilusión y constancia, es merecedor de ello.
Hay en el blog de José Antonio Mancheño un vídeo titulado Cielos de Coín, en el
que recoge una sucesión de instantáneas del firmamento con diversas
formas de nubes y, como en un improvisado tablao, las acompaña con las cuerdas flamencas de una guitarra,
dando un añadido sonoro a la luz de la ciudad.
Permítanme que como expresión del buen recuerdo de Coín y su Peña, vuelva a escribir aquí el
comentario que me inspiró en su día el vídeo:
El
cielo baila en Coín
No se puede adivinar
quién empezó el concierto
si la guitarra fue antes
o el cielo fue primero.