jueves, 11 de diciembre de 2014

EL PAPEL DE LA ÉTICA EN LA EMPRESA


Una Compañía de volumen significativo, inició su proyecto con una pequeña-mediana estructura, responsables de alta catadura profesional en los departamentos y trabajo en equipo dentro de los mismos. Ni para los de dentro ni para los de fuera,  había  dudas   sobre quién era quién en el organigrama

Se palpaba buen ambiente y se disfrutaba de resultados muy positivos.

La Empresa empezó a crecer incorporando nuevos proyectos. Los responsables de los departamentos y sus equipos transmitían profesionalidad y entusiasmo en sus quehaceres. Se respiraba imagen corporativa y seguridad.

El acierto en la selección  de personal, permitió preparar adecuadamente, con la promoción oportuna en su momento, alguna notoria jubilación de exquisita profesionalidad y buena hombría.

Continuaron los resultados positivos y la incorporación de nuevos proyectos.
La Empresa aumentó su plantilla, los departamentos se subdividieron en más departamentos, los equipos de trabajo empezaron a tener refuerzos de diferentes especializaciones y categorías.

En esa nueva situación, cambió el ambiente dentro de cada departamento y también entre departamentos. Desapareció la amable consulta de consenso y comenzaron a surgir sentimientos de competencias, de faltas de reconocimientos. Se mantenía la profesionalidad pero la ilusión se iba transformando en desapego.

Ni dentro ni fuera existía seguridad de quién era quién, en sus competencias.

La prosperidad económica de la Empresa permitió que responsables de pro cursaran costosos masters en altas escuelas de negocios. Algunos de esos responsables aprendieron a elucubrar ingeniería financiera, con retorcidas condiciones de pago  de plazos teóricos, que técnicamente  se podían  convertir en el doble de tiempo o incluso más. Alguno de ellos perdió su natural amabilidad de antes, aprendiendo también a saludar diciendo “hola ¿qué puedo hacer por ti?”  y  con otras frases hechas y estudiadas para marcar su alta categoría y superioridad.

Se externalizaron departamentos  propios,  controlados desde el interior por nuevos empleados con poca catadura profesional y  mucha mala idea para secundar las nuevas ingenierías financieras  de pagos, despidos etcétera.

En esa nueva imagen interna se distinguía algún oasis privilegiado que rememoraba el espíritu primigenio de la Compañía.

Los cada vez más numerosos  proyectos  tenían estructuras propias, que luego se centralizaban y más tarde volvían a descentralizarse.

Nuevos responsables de los muy diversos departamentos, más que integrados, resultaban adoctrinados en las  políticas vigentes de la Empresa, es decir, en la mentalización de la importancia económica de la misma y  en conceptos de rentabilidad muchas veces reñidos con la  profesionalidad, como el principio institucionalizado de que, por norma, los precios de compras tenían que bajar cada año y la total prohibición de cuestionarlo con  criterios profesionales o éticos.

Más y más proyectos,  especialmente las nuevas políticas, propiciaron un ERE, con despido de personal muy competente, con alguna recuperación  de forma externalizada y maniobras de estudiada manipulación. Aparecieron cargos directivos de papel, instruidos para  representar competencias y actuar al dictado sin ética.

Dentro y fuera ya no contaba quién era quién, las personas ya no contaban.

En ese panorama decadente, de claro futuro final,  se justificarían dos preguntas: una, por qué la trayectoria positiva de un proyecto empresarial llega a decaer  hasta tal extremo; y otra, cómo es posible tal metamorfosis en profesionales de pro.

En la Empresa aludida se puede diferenciar el producto, la plantilla de profesionales y  la rentabilidad.

Por un lado, los proyectos se manifestaban acertados y se deshacían de los que parecían no serlo.

La plantilla había perdido los valores de auto estima y de imagen interna, especialmente de la primera etapa y lo que de ello aún quedaba  en la segunda etapa.

La rentabilidad había dejado de considerar objetivos que no fueran la propia rentabilidad ciega y transgresora, al margen de cualquier valor ético.

En ese contexto a nadie, con alguna excepción, podría importarle la Empresa como tal y mientras a unos lo que les motivaría sería seguir teniendo una nómina, otros aprovecharían su status de poder promocionando su propia imagen de respetabilidad profesional en el entramado empresarial.

Hace algunos años,  se empezó a considerar la figura del filósofo en las empresas. Pero para ello es preciso no transgredir la verdadera  importancia de los pilares de las mismas: producto, plantilla, rentabilidad. El primero y el tercero se miden por parámetros técnicos y éticos, el segundo por la profesionalidad y la ética.

En el caso comentado,  el trepidante crecimiento del producto no era sinónimo de salud empresarial, la plantilla devino prácticamente impersonal y carecía de valores profesionales y la rentabilidad sólo rendía tributo al dios de la nada.

La Ética puede alumbrar caminos quizás no trepidantes, pero sí gratificantes y seguros.