lunes, 2 de febrero de 2015

GOBIERNOS DEMOCRÁTICOS




Cuando afirmamos que nuestros gobiernos son democráticos, en realidad no estamos hablando en sentido estricto.

El concepto democracia sustenta la idea de que el poder está en el pueblo. Sin embargo, la misma sociedad hace inviable esa posibilidad, soportando de forma pasiva los espectáculos  carnavalescos de las campañas electorales y participando, por inercia psicológica, en elecciones de representantes de los intereses de poder de los diversos partidos, más que representantes de intereses administrativos comunes a la población.

Una vez consumada la fiesta de la democracia, es decir las elecciones, lo que en realidad se ha hecho es un barrido del escenario de poder “democrático”, en el que cuatro pinceladas de color amañarán unos guiones primero para el autobombo de los intérpretes “ganadores”, segundo para poner continuas zancadillas a los intérpretes “perdedores” y tercero para echar de vez en cuando algunas migajas de adormideras al pueblo.

No es que todos los representantes del pueblo sean perversos en sí. Tampoco es que la democracia sea una simple utopía. Lo perverso es el diseño que tenemos para gestionar la democracia, que imposibilita la auténtica implantación de la misma, facilita la utilización del poder para favorecer la ideología de los de turno, produciendo, al mismo tiempo, inestabilidad social.

Una vez el pueblo, convertido en comparsa, ha pasado por las urnas, es decir, cuando ha terminado el primer acto, hay un arreglo de escenario para el segundo acto. Este consta de diversos apartes en los que algunas o muchas de las conversaciones son secretas, pues, en ellas se negocia parcelas de poder a la luz de intereses personales y de partidos, a cambio de compra y venta de votos para conseguir  mayorías para administrar al pueblo, pero sin el pueblo.

En ese contexto de poder por el poder, en el que el pueblo ya no es protagonista, sino pedigüeño molesto, no es extraño, sino todo lo contrario, que se genere corrupción.

Siendo la democracia la forma idónea para velar por los intereses comunes a todo el  pueblo, ha devenido inviable por las alienantes campañas electorales y por la formación de gobiernos formados contra natura democrática.

No es que todos los gobiernos se formen con orientación malsana, la estructura de formación es malsana.

Tomar en serio el concepto democracia, comporta proceder fielmente según su significado.

Las campañas electorales deberían limitarse, exclusivamente, a facilitar el máximo de información verídica del programa propuesto por cada partido.

La formación de los gobiernos no debería contemplar la posibilidad del mercado de votos, porque los votos en realidad ya los ha marcado el pueblo. Si el pueblo ha dividido sus votos, nadie en auténtica democracia puede alterar esos votos. El gobierno electo debería estar compuesto teniendo en cuenta porcentualmente la decisión del pueblo.

De esta forma, con información auténtica en las campañas y gobiernos de votos porcentuales, se evitaría la corrupción y la democracia sería posible.  


La democracia ya no sería la máscara que preside el teatro de la manipulación sino el aire y la energía que genera bienestar.

Inmaculada Pantoja