El principal instrumento que
se utiliza para cohesionar una sociedad
es la palabra, el concepto. A través de palabras se expresan conceptos que van
sedimentando las costumbres.
Las costumbres sedimentadas
arraigan de tal manera que sustentan una forma espontánea “natural” de pensar,
de vivir, de comunicarse entre sí, es decir, definen la cultura de un país, de
una sociedad.
Quienes en la historia de
los pueblos ambicionan el poder de los mismos, utilizan la palabra, es decir, “los
nombres” de los conceptos, para conectar con el inconsciente cultural de las
gentes, utilizando con engaño esos conceptos, hasta sacralizar la palabra y
convertirla en estandarte sólo con pronunciarla. Se puede observar, por
ejemplo, la obstinación que induce a
votar siempre al mismo partido en función del concepto de sus siglas, aunque éstas
en realidad no tengan que ver con la praxis de quienes las ostentan.
Pensemos en la
palabra
DEMOCRACIA, cuyo
concepto sería el poder reside en el
pueblo. Esta palabra figura en la
mayoría de las opciones políticas y sin embargo, en el mejor de los
casos, las elecciones institucionales van precedidas de agobiantes campañas
propagandísticas con promesas que no cumplirán y, en el recuento
de las votaciones, no tienen en cuenta la voluntad de los ciudadanos cuando
expresan no someterse al engaño con su intencionada ausencia de voto y el voto
en blanco. En estos casos, se considera como voluntad democrática el resultado de
votos de minorías segmentadas que han acudido a las urnas con engaño
preelectoral.
Lo mismo ocurre con la declaración de “prensa LIBRE” en las cabeceras de los periódicos, cuando es palmaria, en algunas de esas publicaciones, la
dependencia de siglas de poderes políticos y económicos.
O el tendencioso uso de GRATUITO , que
significa que no se paga y se aplica
a ciertos servicios públicos como la sanidad o la enseñanza, cuando es evidente
que el ciudadano los paga solidariamente con sus impuestos. En este caso, los
poderes han conseguido despojar
conceptualmente al pueblo de su absoluto derecho a recibir esos
servicios con la conciencia de que ya
los han pagado y que nadie les regala nada.
Por otro lado, a medida que
una sociedad va evolucionando en las formas de vivir, los conceptos ya no se
acomodan a las palabras que los definían, porque éstas son utilizadas negativamente
por quienes ambicionan el poder, haciendo que parezca que los conceptos que
nombran no han evolucionado.
Como consecuencia, el instrumento de cohesión de la
cultura, la palabra, manipulada por los intereses de poder, produce en el
ciudadano una “ruptura” psicológica, por la que la palabra que definía un
concepto, juega en contra de la imagen del mismo en su evolución, haciendo que parezca que haya
quedado anclado en el tiempo, desvirtuando el concepto e incluso
neutralizándolo. Básicamente por ese motivo, el inconsciente cultural devalúa
el concepto.
Eso mismo ha ocurrido con la
palabra RELIGIÓN, cuyo
concepto cultural en otro tiempo definía espiritualidad y prácticas relativas a
la misma. Actualmente la relajación en el cultivo del espíritu en un contexto
de acentuado materialismo, la palabra religión se ha cosificado y ha generado
un subconcepto de ”practicante” o “no practicante”.
En este contexto, algunos
partidos políticos utilizan esa relajación para construir un descrédito recurrente, que intenta
ningunear pensamientos o principios que
no sean los que esgrimen políticamente con la palabra PROGRESISMO, cuyo
significado se interpreta como lucha por
las libertades, cuando la primera libertad que cercenan es el respeto al
pensamiento libre y la expresión del
mismo en el respeto, intentando ningunear bajo ese estandarte opciones y principios científicos.
El abuso demagógico invasivo
con palabras vacías de sus primitivos conceptos, produce un letargo social que
genera, en las fuerzas políticas que lo han provocado, un estado de euforia
embriagadora en la que la demagogia ya no aparece sólo como medio desleal para
anular otras orientaciones políticas, además deviene como necesidad para el
sustento del autobombo.
Cuando esa dinámica
destructora de conceptos evidencia el peligro de extinción de la cultura que
sustentaban los mismos, se produce en el pueblo una reacción crítica de incomodidad que genera rebeldía y el propio ciudadano, despertando del letargo,
empieza a recuperar la consciencia del contenido de los conceptos, del “producto inconsciente” de su cultura.
Ese es el momento en el que
se puede recuperar el contenido de ÉTICA SOCIAL, basado
en un pacto de mutuo respeto al
principio de DIGNIDAD, que emana de la consideración filosófica y
científica del propio SER..
Inmaculada Pantoja