A B U S O A D M
I N I S T R A T I VO
Sakura, como cada mañana, salió a caminar,
disfrutando del fresquito de las primeras horas, tomar café e hilvanar las diferentes gestiones por hacer, esperando
cruzarse con buena gente, conocida o no, cuyos fortuitos saludos o pequeñas
conversaciones siempre producen buenas vibraciones o comparten preocupaciones, noticias…
Reparó
en que el motorizado cartero que la había saludado segundos antes con un
movimiento de cabeza, apareciera de
nuevo a su lado tras hacer sonar el claxon, para llamar su atención y deshacer
el camino recorrido en sentido opuesto.
-¿Están en su casa?
– preguntó.
-Sí - respondió
Sakura.
-Llevo una
diligencia de Hacienda, pero en este momento no sé a quién va dirigida.
-Déjela allí, por
favor.
El cartero siempre daba muestras de
profesionalidad.
Sakura no se inquietó lo más mínimo por el
anuncio de “una diligencia de Hacienda”,
mentalmente hizo un esquemático recorrido de sus deberes como ciudadana
de pro y pensó que todo estaba en orden. Así pues, no debía preocuparse.
Por otra parte, sí consideraba preocupante que el municipio barcelonés, en el que había
residido durante 30 años, todavía tuviera pendiente rectificar un grave error que, desde
hacía seis años, la venía causando
perjuicios aplicando la ley de
la prepotencia.
Y es que Sakura, en un contexto objetivo, muy
especial, en el que teóricamente los medios de comunicación pregonan se
solicite protección, tuvo que hacerse cargo de una elevada hipoteca y otros
préstamos objetivamente necesarios, que únicamente podría saldar vendiendo su
apartamento.
La incipiente crisis del ladrillo ocasionó el
paro total en la venta de pisos, con caída en picado del precio de los mismos.
Sakura tardó varios años en conseguir la
venta, con una considerable bajada del
precio previsto. Ya estaba jubilada, tenía cargas familiares
ineludibles y en adelante tendría que
vivir de alquiler; además, su salud necesitaba presupuesto también necesario.
Estaba claro que debería hablar con el ayuntamiento para que la eximiera del
impuesto de la plusvalía. Pensaba que la
dignidad humana y el sentido común estaban de su lado.
Ambas categorías estaban de su lado pero no
así “la casa grande de todos” (eufemismo de ayuntamiento), que iba dando el
silencio como respuesta, incluso en las ocasiones que, incansablemente, Sakura se dirigía por burofax a la atención
personal de la máxima autoridad de la alcaldía.
Eso sí, la oficina de recaudación del
municipio venía aplicando el máximo embargo “técnico” posible sobre su propia
jubilación. Sakura no cesaba de reclamar.
Aquella mañana, cuando Sakura leyó la
diligencia que le había anunciado el cartero, lo que se llevó no fue un
disgusto, fue un auténtico sentimiento de indignación: le comunicaban el ¡embargo
de 20,10€, que le habían “pillado” en una cuenta bancaria!
Se decía a sí misma que ella no era una delincuente
ni una persona marginal; que delincuencia maltratadora era lo que el tal
ayuntamiento venía cometiendo con ella.
Y no se conformaban con el embargo sobre su pensión…
Con voluntad firme para defenderse de un poder
ciego y malhechor, que no de la autoridad, consideró que embargar esos 20,10
euros era una nueva tropelía y objeto de denuncia a l juez de guardia. Como ciudadana, tenía el derecho y el deber de
realizar esa denuncia.
A la mañana siguiente, Sakura se dirigió al
Servicio de Información al Ciudadano del
Juzgado para preguntar dónde podría realizar la gestión. La persona que
amablemente la atendió indicó el lugar.
Una vez en el Juzgado de Guardia, presentó una copia del último burofax enviado
a la máxima autoridad de la alcaldía y la copia de la diligencia de embargo de
20,10 euros. El funcionario que la atendía tuvo suficiente. Cuando entregó la
copia de la denuncia a Sakura, en la misma decía “……denuncia por tal tropelía al responsable
en cuestión por los perjuicios que le están causando”.
Una vez más, Sakura se alegraba de caminar por
la vida amparándose en el sentido común y la ética y en la convicción
de que, en un estado de derecho, siempre es posible la defensa de la propia
dignidad.