Aurory últimamente había ampliado su
compromiso histórico social, haciéndose
activista de la cacerola, robándole a su estresante vida dedicada al
trabajo, los momentos programados para el ruido callejero desde
la dirección musical del movimiento mafioso; por lo menos había conseguido
des-aburrirse de la monotonía por la falta de estímulos vitales
como el interés por la
familia, la cultura, el conocimiento real de la política y de un largo etc, suplidos por
la protección de la rutina y, dicho sea de paso, por la compañía de unos
perritos (que nunca fallan a sus amos) y el cariño de su Juanjo.
Aurory se encontraba transportada porque, al
margen de que la cúpula mafiosa, que había alimentado
escrupulosamente a la turba durante años, con adormideras
repartidas por las escuelas y la TV propia especialmente,
gracias al último esfuerzo de enardecimiento programado en la huida hacia delante
de los falsos patrioteros de cartón, que habían perdido el
sentido del ridículo, en un intento de “sálvese quien
pueda” ante la
justicia de un estado de derecho (Aurory tampoco sabía qué es eso), se
habían
autoproclamado los reyes del mambo, es decir técnicamente i n d e p e n d i e n t e s.
Tan independientes que el jefe del grupo cogió las de villadiego constatando que la
jugada no le había salido bien y que “el futuro se
le dibuja muy obscuro…”
El grado de ensimismamiento de la comparsa
conversa había alcanzado
altas cotas de estado hipnótico y, ausentándose de la
realidad, entró en el mundo de los más ridículos dislates, difundiendo entre
familiares y amigos la interpretación pictórica de una cabra en una colina
dando una soberana patada a un desafortunado bovino, lanzádolando por los
aires con las patas para arriba y la cabeza para abajo… La pobre Aurory,
devenida activista de la cacerola, ni siquiera era ya consciente de que un toro pondría a volar un rebañito de cabras antes de que éstas pudieran atacarle … quizás
como ocurre con la mafia y las leyes de un estado democrático europeo.