Disculpen que me salga del
guión, que no abunde sobre los discursos eslóganes que respiramos, que
nos inundan, que nos adormecen. Que no vote incondicionalmente a partido alguno
y que no me avergüence confesar que lo primero que hago, cada mañana,
es abrir de par en par mi ventana y que, al tiempo que recreo la vista en el
horizonte y en el firmamento, doy gracias por haber recibido la vida
y espero luz para caminar.
Comentaré que, en momentos
puntuales, se percibe como un adiós a situaciones referenciales de
la estabilidad social de nuestra época. Puede ser al observar la alegre
y desenfadada convivencia en el fin de fiestas de un pueblo o en la
entrevista televisada a un significativo personaje de momentos no lejanos
que, exento de acritud, analiza procesos sociales actuales, apuntando objetivamente el
origen de los mismos, su desarrollo y previsible futuro, sin que para ello el
entrevistado se someta a las formas de estar o de vestir de un marketing impersonal
o carnavalesco.
Esta observación podría
producir, en la falsa progresía, grotescos comentarios de inmovilismo. Pero es una progresía falsa, condicionada por el monolítico discurso eslogan anti todo, que se propaga ideológicamnte en forma de crítica social.
En realidad, ese discurso eslogan evidencia una
manipulación estructurada sin ideología, sin principios y sin fines, excepto el
enriquecimiento, poder y salvaguarda de quienes los abanderan, como en río
revuelto, a costa de los ciudadanos.
Hombres y mujeres, cansados y desorientados por
la creciente irresponsabilidad y rifirrafes ideológicos, intencionadamente desestabilizadores,
de tantos políticos, que confunden la administración con un asalto al poder
para propio lucro, han empezado a escuchar los cantos de sirena de jóvenes
inexpertos y de aprovechados al acecho, en lugar de exigir absoluta
seriedad y colaboración constructiva, desde el sentido común, en
la administración pública.
En esa olla de grillos todo vale, excepto la experiencia y el respeto. Así ocurre que, las situaciones referenciales de estabilidad de nuestra sociedad, no evolucionan culturalmente si no que se diluyen en un devenir caótico, propulsado por quienes aprovechan la oportunidad para disfrutar ellos mismos de aquéllo que criticaban, con agresiva exhibición de sus propias imposiciones.
Esos nuevos mandatarios, que en
su mayoría se instalan en las administraciones públicas con pactos de conveniencia antinatura de grupos o grupúsculos, prescindiendo de lo que haya votado el mayor número de ciudadanos, encauzan su gestión en el nepotismo, vulneran las tradiciones más populares, se asignan nóminas iguales o superiores a las que ellos criticaban, desmontan a gusto propio gestiones aprobadas por sus inmediatos antecesores y pretenden transgredir anárquicamente leyes y derechos a su antojo y conveniencia.
La necesidad absoluta de
reconducir la administración pública, con garantía de gestión objetiva que
salvaguarde los derechos constitucionales de los ciudadanos, no admite tamices
oportunistas, ni siquiera el de la edad, porque la experiencia siempre es un
grado.
A mi entender, es imprevisible
en qué acabará el proceso en marcha, al margen del “folclore” con el que amenizan su asalto y que no es más que un
intento de adaptar la Caverna, aniquilando sentimientos de los
ciudadanos, y obstaculizar iniciativas de crecimiento económico
Convendría recobrar el sentido
común y el propósito inalienable de exigir a las administraciones
públicas la gestión objetiva, ética y transparente, de los derechos
y deberes que recoge nuestra Constitución redactada democráticamente.
Los políticos experimentados, con declaración pública de sus equivocaciones pasadas, no deben permitir que condicionamientos chantajistas les impida ejercer con transparencia y firmeza sus responsabilidades.