aproximación
de una aprendiza
Podría decirse que es el
sentimiento vital en su estado puro, expresado artísticamente en el cante, en
el baile o en el toque de la guitarra, con un compás que marca el
desarrollo de ese grito del alma y elige
el que lo expresa, según le dicte la fuerza interior llamada duende y cuyos
cánones se recogen en los palos del flamenco.
Posiblemente ningún otro arte sea tan complejo en sus contenidos, ni ofrezca tanta controversia en situar su
origen en el tiempo o su procedencia geográfica, como tampoco en determinar los
creadores de estilos o palos.
Las letras de los cantes,
en su inmensa mayoría de origen popular,
también presentan variaciones en sus temas, lo que viene a subrayar que el
flamenco se identifica no sólo con sus intérpretes sino que también es el alma
del pueblo, en tanto que el pueblo
canta, reconoce o hace propias las expresiones del sentimiento, sin necesidad
de repetir las letras exactas, pues
éstas devienen lenguaje vivo, al mismo tiempo que recogen en su elenco la diversidad del
sentimiento humano más básico a la madre, al amor, al trabajo, a las costumbres
vivas de los pueblos, a la religión, a
la justicia y a todo lo que, de hecho, hace vibrar a la persona humana.
Podríamos decir que el
flamenco es depositario, como ninguna otra manifestación artística, de la
cultura en la que se desarrolla.
En ese contexto, se diría
que el campo de cultivo natural del flamenco es la tertulia familiar y las
reuniones de amigos que luego regalan, exhiben o rentabilizan sus frutos, al
ser solicitados para deleite de aficionados en fiestas, cafés, tablaos, grandes
escenarios…
Se trata de un arte que, en
muchas ocasiones, se comparte generalmente desde la infancia, sin que siempre
sea así, y sin que necesariamente trascienda más allá de entornos más o menos
familiares o próximos la fuerza innata que va aflorando, de forma natural, en
nuevas voces del flamenco.
Por esa forma, podría
decirse que familiar, de compartir o de vivir el flamenco, a veces tampoco
trasciende significativamente de unas provincias a otras la popularidad de
nuevos artistas, si no les respalda un representante interesado en
promocionarles.
El acentuado márquetin que actualmente conllevan las representaciones
neutraliza, aún más, el valor de las figuras que no disfrutan de esos privilegios,
aunque entre éstas se pueda encontrar flamencos o flamencas que en humildes
tablaos sean capaces de arrancar lágrimas de emoción a toda la afición presente.
La globalización
generalizada que se promueve en la sociedad actual, desvía la atención de
ciertos sectores de aficionados que, fijándose únicamente en la oferta del
márquetin, ignoran que el arte flamenco, por su propia idiosincrasia de grito
del alma, continúa germinando más allá del mercado conocido, en la sangre de
familias, en el corazón que late al compás sin saber por qué y en el alma del pueblo. Es cuando aparece la
nostalgia y el pesimismo infundado creyendo que “el flamenco se acaba”, llorando
a los que se fueron y contado con los dedos los que ofrece el mercado.
Pero no sólo la
investigación del flamenco resulta compleja en sus diversos aspectos, según
hemos ido apuntando.
En las sensibilidades de
los aficionados puede encontrarse desde los que tienden a valorar más la
técnica que el duende, que son los que prefieren que en las veladas flamencas no
sólo no falte la soleá y la siguiriya sino que esos cantes absorban la mayor
parte del tiempo interpretando letras y más letras del mismo palo; mientras que
otros disfrutan de cualquier palo siempre que esté entonado con auténtico
duende.
Muchos consideran una amenaza para el flamenco las nuevas
tendencias de fusión o de ritmos conocidos como flamenkitos, sin reparar que se
trata de técnicas y derivaciones que
nada tienen que ver con el flamenco puro como arte aunque, lógicamente tengan
su público.
A decir de muy entendidos,
las nuevas tecnologías de reproducción facilitan las imitaciones, sin generar
necesariamente recreaciones naturales propias de transmisiones sin el documento
que contiene la grabación. Lo que no es óbice para intuir que el duende y el
genio creador no pueden estar en extinción, como no lo está el sentimiento
humano, a pesar de las apariencias.