CUENTO DE NAVIDAD
Es Diciembre, mes de halo especial, que en mi corazón intensifica
la luz y el color de íntimos sentimientos.
Cuando era niña, mis papás se las ingeniaban para que la carne no faltara en la cena de Nochebuena. Era carne
congelada que compraban en el mercado de La Boquería. Me acuerdo de haber
acompañado alguna vez a mamá a la
carnicería. ¡Qué alegría mostraban mis padres al comentar entre ellos que
podían comprar carne, aunque fuera congelada! La yaya Amparo cocinaba una
gallina el día de Navidad, que habían adquirido viva, pero que sólo ella
se atrevía a prepararla.
Los días previos a Navidad, papá montaba el pesebre con ilusión y la suma de
las piezas que, año tras año, adquiríamos en una pequeña tienda especializada,
cerca de la Plaza Real. Era un pesebre sencillo, pero con mucha imaginación y
muy bien estructurado. Nos hablaba siempre de cómo lo hacía cuando era niño, que incluso él mismo moldeaba figuritas con barro y que era un
pesebre muy grande.
En Nochebuena íbamos todos a Misa del Gallo; yo también iba
muy contenta aunque, en algún momento, me quedaba medio dormida. Luego en casa
comíamos turrón, a mamá le gustaba el de almendra duro, pero también había de
jijona y mazapán de Cádiz; yo los probaba todos, aunque prefería mejor los dos
últimos. Entonces, cantábamos los villancicos; especialmente recuerdo con qué
sentimiento papá entonaba y me enseñaba a cantar Noche de Paz.
Eran tiempos de pobreza económica, pero la fe, la alegría, el sentimiento y la dignidad señoreaban en nuestra
humilde vivienda.
Han ido pasando los años. Siempre he mantenido el espíritu de La
Navidad que me transmitieron mis padres, sin que vicisitudes adversas de mi
entorno lo hayan mermado en lo más mínimo.
Estos días de Luz especial, ellos me acompañan en cualquier
circunstancia que viva. Por eso, las lágrimas de mis ojos, si las hay, nunca
significarán tristeza, sino agradecimiento por todo lo que me transmitieron y
me dieron. Sé que están conmigo, aunque sea de forma distinta.
El Creador, que es Padre de todos y conoce mi corazón, me ha
concedido el privilegio de que Diciembre celebre en sus días el
Nacimiento de Jesús, el nacimiento de mi hijo y el mío propio; además que yo comparta uno de los más bellos
nombres de María. Al mismo tiempo, papá partió de este mundo la
última noche del año; la yaya Amparo lo hizo ocho días antes en la Nochebuena
del mismo año y mi hermano Ángel el día de mi santo bastantes años después.
Diciembre representa para mí el símbolo del ciclo de la vida en este mundo,
que recibe el Mensaje de Paz y de Esperanza que nos llega desde la Dimensión de
La Luz: aunque se hayan ido seguimos unidos en el Mensaje de La Navidad.
He querido dejaros por
escrito, queridos hijos, mi propia vivencia de La Navidad, por si vuestros
caminos dejan de recordar lo que con tanto amor os quise transmitir desde
niños.